Operación retorno

La operación parecía sencilla: volar desde Antalya hasta Tekirdag, aprovechando los servicios de una de esas low cost turcas que surcan los cielos de Anatolia, y de ahí ganar la frontera en un rápido movimiento de autobús. Luego, embarcarse y darse un garbeo por Samotracia, nuestro guía del primer capítulo nos esperaba con los brazos abiertos con un programa cultural preparado. Y al día siguiente volverse con el barco, tomar otro bus hasta Salónica y llegar a coger el avión justo a tiempo. Ni Willy Fogg lo habría planeado mejor, un regreso sencillito, vamos.

Coger el taxi y llegar al aeropuerto fue fácil, al menos. Nuestra gobernanta nos mete en dos coches de esos que hacen ver que el negocio hotelero les va bien a los kurdos de Antalya. Al llegar, nos damos cuenta que hay retraso, perdemos la conexión en Ankara seguro.

Algo más tarde de lo anunciado, el vuelo despega y casi sin tiempo para pegar ojo, aterrizamos en la capital turca. Hay nervios en la expedición, para colmo estamos en la cola del aparato y no podemos salir corriendo a por la siguiente puerta de embarque. Señorita azafata, de verdad que no puede llamar a su gente y decir que nos esperen? Al final del finger una compañera aparentemente algo mejor informada nos pide los papeles de la moto, y nos dice que sigamos corriendo sin descanso por la rampa.

⁃ Ande vais, corderos? Que es el mismo avión.

El azafato nos para en seco y nos deja delante de la cola que lleva una hora allí esperando para embarcar. Bueno, todo controlado. Hay tiempo para un pis?

El vuelo a Tekirdag es igual de breve, pero nos da para ver el Bósforo y la costa del Mar Negro. Justo allí abajo, al principio del viaje nos estábamos bañando, y ahora parece tan diminuto.

Bien, llegamos a Tekirdag o, en realidad, la ciudad de al lado, con su aeropuerto de Exin Castillos. Tomamos el bus de línea, que tarda más en llegar a la otogar que en venir desde Ankara hasta aquí.

⁃ Alguien que nos lleve a Yunanistán?

Estamos a tiro de piedra de Grecia pero parece que nadie va hacia allí, como máximo hasta Kesan, lo que por lo menos coincide con nuestra guía.

Se nos da relativamente bien llegar hasta la terminal de la pequeña ciudad al final de la Tracia turca, pero al bajar nos damos cuenta de que esta noche no vamos a escuchar ningún concierto en Samotracia.

Como mucho, el runrún del motor del bus, de nuevo: el consejo de ancianos delibera y decide aceptar la derrota. Nos quedamos en Kesan hasta que pase el bus de la noche a Salónica. Un dolmus nos lleva al downtown y allí buscamos algo para comer. Luego, para matar el tiempo, paseamos ante la incredulidad de sus vecinos, a esas horas jugando y fumando a la fresca en los casinos de la ciudad, hasta llegar al parque municipal. Nos acomodamos, tomamos té, leemos la guía y matamos el rato como podemos, qué son tres horas de espera para estos curtidos viajeros? Las familias pasean alrededor nuestro, los adolescentes pelan la pava y los patos nadan en el estanque. Afuera, alguien se casa, baila y toca la bocina. Todo en orden, lo normal en Kesan un domingo por la tarde.

Concluimos la espera con un helado de recompensa y nos vamos para la estación, donde cenamos unos tost de queso gracias a los oficios del quiosquero restaurador.

Con el bus atravesamos la frontera rápidamente. No hemos aprendido tanto turco como para entender las pelis sin subtítulos, así que caemos en una dulce modorra hasta que el asistente graciosillo nos despierta a las tres de la mañana. Estamos en Salónica, my friend. Baja del bus y búscate la vida.

Por suerte, el hotel está bastante cerca y en un rato volvemos a dormir, ahora en posición horizontal. Hasta dentro de un rato.