Tumbonas y bananeros

A la mañana siguiente aparecemos en el Hotel Rumana, repuestos de nuestro pequeño tour de force del día anterior. El resto de la expedición justo ha emprendido su viaje desde Antioquía y viene a nuestro encuentro, en unas horas volveremos a estar juntos.

Nos ponemos tibios con el desayuno que nos ofrece Rumana, vamos a ponerle buena nota, sabiendo además que se escapa de nuestro presupuesto. Ayer nos sacó de un apuro pero necesitamos encontrar un campamento base algo más proletario para cumplir con nuestro propósito de descansar un par de días frente al mar.

Localizamos un objetivo al final de la playa pero la comunicación telemática parece imposible. Hay que hacerlo a la vieja usanza: dos exploradores están listos en minutos para salir ahí afuera y atravesar la sartén de Anamur-sur-mer. A las diez y media ya hay gente que recoge los bártulos y se retira al apartamento familiar, para hacernos una idea.

Por fin, después de media hora caminando por el desierto de Mohave y de haber recuperado algunos enseres olvidados en el chiringuito de la noche anterior, damos con nuestro Motel-camping-restaurante.

– Sois polacos?

Las paisanas que trabajan en el servicio del hospedaje no han visto un turista extranjero en su puñetera vida, y nos miran divertidas con la novedad con sus ojazos azules. Que cómo hemos llegado hasta aquí? Pues con la guía. Por suerte hay habitaciones, damos instrucciones a la tropa para que tomen un taxi hasta allí, y los dos exploradores nos instalamos delante de una cerveza y unos cacahuetes mirando el mar. Bien, este era el concepto.

El Aslihan es uno de esos lugares sin pretensiones ni interioristas, donde las familias que veranean en los apartamentos y casitas cercanas de Anamur acuden a comer o a cenar, y los que nos alojamos aprovechamos además para bañarnos y leer los libros acumulados durante el año, entre comida y comida. Hay una playa de arena y guijarros enfrente, con chaiselongues y sombrillas de paja algo ajadas, suficiente para refrescarnos. Árboles con sombra para combatir las peores horas de sol y una familia encantadora que nos atiende como a pashas. La guinda es que la lira turca acaba de hundirse definitivamente, y nuestros ahorros han aumentado un 30% mientras nos damos la vuelta en la tumbona.

No hay nada que hacer pero nos parece estupendo, ese era el plan. Después de dejar atrás un buen número de páginas de literatura y de colgar todas las fotos en instagram, alguien propone ir a pie por la playa hasta las vecinas ruinas de Anemorium. La comitiva se pone en pie lentamente y por unos minutos trata de avanzar por la arena. Rápidamente se opta por adentrarnos en el interior, y seguir el camino firme entre los invernaderos. Unas enormes carpas de plástico esconden millares de bananeras, que crecen todo el año gracias al sol y el abundante agua que corre sin freno por aquellos campos. Fuera de los invernaderos crecen estupendos granados y surcos repletos de plantones de fresas, por entre los que vamos adivinando nuestro camino hasta las ruinas.

Es gibt kein weg.

El alemán propietario de la finca donde finaliza el camino nos indica que demos media vuelta y sigamos de nuevo por la playa. Ahí nos damos cuenta de que nuestra expedición tiene pocos visos de éxito y que es mejor relajarse y darse un baño en aquella playa, algo mejor que la que tenemos frente al motel.

Nadamos, yendo y viniendo desde la plataforma que flota algunos metros frente a la arena, y así pasamos un estupendo rato. De vuelta, encontramos el buen camino y en menos de una hora nos estamos regalando un pescadito frente al mar, servido por nuestra familia anfitriona, que a aquellas alturas ha recuperado algo los apuntes de inglés del cole. Los refuerzos de Antioquía ya están aquí, así que podemos brindar con una cerveza por todas nuestras aventuras, hasta que el vino se enfríe en la nevera para la siguiente velada.

Buenas noches, mañana seguimos desde el otro lado de la tumbona.

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