El despertador suena muy temprano. Toda la plantilla está convocada junto a la lanzadera a las cuatro de la mañana, para hacer los últimos kilómetros hasta la cumbre. Después de un café rápido, encaramos la carretera en medio de la madrugada. Cuando llegamos al flamante centro de acogida de visitantes, que más bien parece la cafetería de la autopista a la altura de Alfajarín, el Ministerio de Turismo no hace abonar la entrada correspondiente y cambiar de lanzadera, por si nos están siguiendo. Hay nervios entre el personal, la cima de Nemrut Dagi aparece ya bañada por unos tímidos rayos provenientes de levante. Falta media hora para las cinco, pero parece como si hoy fuera a amanecer antes de tiempo.
La gente salta de la lanzadera como si fuera el desembarco de Normandía, y se dirige hacia la senda con la que se accede al monumento. No es el lugar de recogimiento para los amantes del yoga, desde luego, y durante los metros finales muchos corredores parecen querer abandonar la carrera. El viento sopla frío y duele la garganta, algunos juran dejar de fumar si salen de esta, estamos cerca de la cumbre pero las rampas finales se hacen eternas.
Por fin, aparece el montículo artificial de grava, la tumba de los reyes, y las cabezas de Nemrut, mirando a Oriente y a Occidente, dominando todo lo que se ve. Aquella romería pagana se ha instalando desde hace un buen rato en la plataforma que mira al sol naciente, y blande ya la cruz de los creyentes de la única religión verdadera: la de los instagramers del último selfie. El despilfarro de megabytes es apoteósico en ese punto del orbe, los brazos exhaustos no ceden a los martirizantes calambres que provoca aguantar el móvil en dirección al sol durante minutos, la retinas agujereadas por el disco solar arden de fervor fotográfico. Es un rito topanista como pocos, en el que se engendran minutos y minutos de videos absurdos con los que miles de vecinos, amigos, compañeros de trabajo y personas queridas sufrirán indescriptibles torturas a la vuelta de las vacaciones.
Las hordas se disuelven a los pocos minutos de que el astro rey haya ganado cierta altura en el horizonte. Justo cuando mejor se ve Nemrut Dagi, la romería se dispersa, llevándose consigo mantas, cantimploras, maxicosis y todo lo que la fe les ha dado fuerzas para llevar hasta allí arriba.
Nosotros también bajamos poco a poco al encuentro de nuestro chofer, que nos lleva a la réplica turca de Alfajarín. Un te y unos pistachos y continuamos con la excursión contratada la noche anterior. Ahora le toca el turno a las ruinas de Arsemia. Del camino se sabe poco, roncamos, intentando recuperar algo de lo perdido con el madrugón. Luego, el puente que construyó la 16 Legión sobre el río Cendere, ya más despiertos, incluso con un conato de baño en sus cristalinas aguas, imitando lo que iban a hacer el grupo dominguero local instalado en sus orillas.
A la vuelta, nos espera el desayuno prometido. No hay tiempo para echar una cabezadita, la organización ha pensado que es mejor irse del tirón con nuestro anfitrión hasta Urfa, que nos arregla el precio amablemente, en compañía de otro viajero que se une al convoy.
El arreglo incluía dejarnos en la puerta de nuestro hotel en Urfa, lo que a 39 grados nos parece una gran idea. Recuperamos fuerzas en el patio donde canturrea una pequeña fuente y hay algo de frescor, hasta que la salida a por víveres es humanamente factible. Después de degustar los mejores lahmacun del mundo y parte del universo, según la guía, seguimos nuestro paseo vespertino en el parque de la ciudad. El tíquet incluye ver dónde nació el profeta Abraham y refrescarse entre los estanques y jardines, como hace el resto de la ciudad. Las familias se gastan algunas monedas en comprar comida para las carpas sagradas que nadan en sus aguas, y todo parece estar en su sitio de repente, como en un cuento.
-Si tú te pones el disfraz, yo también.
Para inmortalizar este momento de felicidad, decidimos seguir imitando al pueblo, y nos ponemos uno de esos trajes de pashas y princesas con los que la gente se fotografía con carpas, estanques, mezquitas y palacios al fondo. ¿Quién dice que no estamos en nuestra corte? La gente nos mira divertida, quizás agradecida de que compartamos el calor y el disfraz, quizás extrañada de que ocho europeos estén paseando tan tranquilamente a un tiro de piedra de Siria.
Después de otro refresco, ascendemos hasta el castillo para contemplar la ciudad, nuestra corte, antes de que se vaya el sol. Algún califa celoso nos pone un espía que nos sigue de vuelta a casa hasta que le damos esquinazo, pero no hay nada que temer.
Estamos rendidos, el día ha sido largo, mañana más.
Sarrià dejado de fumar después de sobrevivir a esa cuesta??!!
Por cierto, me gustaría usar tu descripción sobre la nueva religión y el consumo de megabytes en una clara sobre postfotografía que voy a dar. Tengo tu permiso? Por supuesto te citaré convenientemente…
Ah, en la tele acaban de decir que la lira turca está por los suelos, mínimos históricos.
Buen viaje, chicos, y os reencuentro en la próxima crónica!