Porque entrar, entra cualquiera, la verdad. Hasta ese niño capaz de hacerse el circuito Wellness veinte veces en una diez minutos sin callarse ni quitarse el albornoz. La eficiencia energética del recinto sufre considerablemente con la criatura, no hay junta de estanqueidad que soporte al pequeño Iván, que se lo cuenten a su madre que no se libra de él ni con la sauna a 90ºC.
También entra algo de remordimientos, cuando uno se asoma en bañador a la terraza, como en uno de esos anuncios de cava de Fin de Año, y ve cómo se van derritiendo por momentos los últimos restos de nieves perpetuas de las montañas que nos protegen dentro de la cordillera. Quizás tenga el cambio climático algo que ver con la hiperactividad de unos cuantos Ivancitos que han ido pasando durante estos años de bonanza económica. !Esa puerta, a ver, que se derriten los polos¡
En fin, seguimos nuestro periplo hacia Pamplona. Mañana más.